sábado, 18 de abril de 2009

El tema de Dios...




¡Dios! Brahma, El Gran Espíritu de los Sioux, Adonai, Ahura Mazda, Elohim, Jehová, Allah, Amitabha, etc. Todos frutos del enormemente rico léxico de la humanidad. (Una amiga dice “Diosito”) Vamos a ver. Lo siguiente no tiene la intención de ser una blasfemia ya que ni es nuestro estilo ni la técnica del zen. Una blasfemia es una estupidez al cuadrado, ya que redunda en su propio perjuicio y no logra nada, reitera su contrario. Sólo tratamos de ver el asunto con el “ojo de la sabiduría”, o el “ojo” de Dios que los astrónomos han descubierto en el universo.
Ahora bien: Dios. ¿Una idea, una teoría, una proyección emocional? Lo que uno quiera, lo cual no tiene nada que ver con la existencia del Ser Supremo, ¿Ser? ¿Es decir que Dios ES? ¿ES qué? ¿Le afecta que creamos o no creamos, en El?
En el Monte grakhuta el Buda levanto una flor. ¿Sería un Loto? ¿Qué quizo decir? ¡Van 2,500 años sin que lo hayamos podido descubrir! ¿No fue Dios lo que levantó? Si no Dios, ¿quién?
Pero no es la palabra lo que nos afecta. Es la doctrina, es la IDEA. Con siglos de sedimento, de búsqueda, que nos caen encima. Lacán sabía mucho de palabras en su psicoanálisis de las verbalizaciones, y el enorme Sartre en sus “Les mots”, también, pero no dejan de ser “palabras”, símbolos de algo que parece real por tener una palabra que los designe. Nuestro inconsciente en eterno movimiento.
El zen no cree en palabras, cree en la visión directa, quizás como una vivencia o un espasmo, ¡o quizás un calambre que nos lleve a “MU”, a comprender, a ver, o despertar! Ante la pregunta sobre quién era, el Buda respondia “ Soy alguien que ha despertado”, (y acerca de Dios, no respondía).
Si queremos comprender, la sabiduría del zen nos da un koan. Un retruécano mental para curarnos de la enfermedad de la racionalidad, o del de creer que las vibraciones de nuestras meninges lo resolverán todo. La fuerza de la razón, aplicada a los secretos del Universo. Bisturí útil para todo. Remembranzas del amado Santo Tomás de Aquino. Pero el budismo zen sabe más que todo esto, sabe que la razón sólo sirve para confundirnos más, y darnos la seguridad de que sabemos, ya que la razón de la sinrazón es que el que “sabe” necesariamente ES. Un “nadie” no puede saber. Así nos confirmamos en nuestra existencia como algo innegable, y resolvemos el enigma de nuestra permanencia. Elimina de un tajo el cruento, sumergido e indecible terror de no SER nadie ni nada. De ser una mera construcción, un “collage”, pegado día a día durante toda nuestra vida: el super sufrido YO.
Dios, entonces, no ES nadie (ser alguien lo coloca de este lado como una parte ontológica del mundo y entonces no es todopoderoso porque se puede definir y la definición lo limita), no puede ser una mera palabra, ni una idea, las ideas son sólo eso: ideas nada más.
Entonces, tratemos con un koan para darle oportunidad al maestro Joshu de hacer un impacto. Se trata del maestro del supremo koan MU: ¿Tienen los perritos naturaleza búdica? Respuesta: MU (no). Ese MU debe alojarse en nuestra garganta al rojo vivo y no lo podemos desalojar ni tragar. Hasta que estalla.

Trabajemos con un koan que nos despierte:

KOAN DE DIOS

Pregunta: ¿Cómo era el rostro de Dios antes de la creación?

Treinta bastonazos si respondes.
Treinta bastonazos si no respondes.

Basta sentarnos en zazén y concentrarnos en esa pregunta y quizás en treinta años (¿quién tiene prisa?) sabremos lo que es Dios, con mucho esfuerzo. Quizás porque lo habremos visto directamente.

Para ayudarnos en este trajín existencial de duda sobre duda y, en el fondo, vernos “nosotros” dudando, ensayemos más dudas con esta historia del maestro Bodhidharma, quien ante la pregunta del emperador Wu sobre quién era el atrevido que aparecía ante el, le contesto “No sé”, y se marchó a Shaolin a sentarse nueve años en zazén. Y de ahí la anécdota que narramos a continuación (también un koan):

“Bodhidharma estaba sentado cara a la pared. El Segundo Patriarca, de pie en la nieve, se cortó el brazo y dijo: “La mente de tu discípulo aún no está en paz. Te lo pido, Maestro, sosiégala.”
Bodhidharma dijo: “Tráeme acá tu mente, y la sosegaré.”
El Patriarca replicó: “He buscado la mente, pero no he sido capaz de encontarla.”
Bodidharma dijo: “Acabo de sosegártela.”