lunes, 19 de julio de 2010

REFLEXIONES SOBRE EL BUDISMO ZEN

POR EL VEN. RAUL KIGEN DAVILA - ABAD DEL CENTRO ZEN DE PUERTO RICO
 
Lo esencial en el Budismo, sobre todo en su aspecto práctico, es la autoexploración, la investigación continua de la mente por la mente misma.  Casi todo lo demás es accesorio o es superfluo. Mucho de lo que se presenta hoy en día como Budismo son conceptos e ideas religiosas y filosóficas que existían en la India aún antes de que apareciera Siddharta Gautama. Tambien hay ideas, rituales, costumbres y adornos que se fueron adhirendo a  la enseñanza a medida que  se fué esparciendo por el mundo y vino en contacto con diferentes culturas y tradiciones. Pero lo realmente importante es la práctica contemplativa.
 
Sin embargo, como esta auto-observación es sumamente difícil y requiere esfuerzo y disciplina, la mayor parte de las personas que se interesa en el Budismo prefiere los adornos porque entretienen, distraen y alimentan al Yo. La generalidad de la gente funciona casi exclusivamente desde el Yo y por eso andamos en guerra, chocando los unos con los otros como si el mundo fuera un parque de carritos locos. Cuando actuamos desde el Yo nuestras acciones son casi siempre egoistas y movidas por  ideas, conceptos y prejuicios que nos hacen actuar agresiva e impensadamente de modo casi inconciente. Y lo irónico del caso es que este Yo, con el cual nos identificamos, en realidad no existe como ente individual, autónomo y , mucho menos, permanente, si no que es una creación, un sub-producto de nuestra actividad mental. El Yo aparece y desaparece dependiendo del movimiento mental, es decir que existe sólo de forma intermitente. Lo que ocurre es que aparece y desaparece tan rápidamente que aparenta ser un ente cotinuo. Es semejante a lo que ocurre con una película de cine que está formada por cuadros independientes que se suceden con tal rapidez que aparentan ser un continuo. La auto observación seria y profunda, es decir, la atención intensa, continua y persistente,  disminuye el vertiginoso flujo de nuestra actividad mental, disminuye la velocidad de la "película", y permite que se manifieste el ser perfecto, que es el silencio mental.
 
Con la disminución del flujo de la actividad mental podemos ver cómo el Yo imperfecto aparece y desaparece y ese "ver", ese entendimiento tácito, nos permite desidentificarnos, desapegarnos cada vez más del Yo.
 
Cuando estamos identificados con el Yo sentimos que existe una separación entre nosotros y el mundo que parece estar allá afuera. El Yo se siente incompleto e insatisfecho, pequeño e inseguro. Por eso nos lanzamos a conseguir todo aquello que creemos puede satisfacernos, hacernos sentir grandes, completos y poderosos. Pero este esfuerzo es un empeño inútil por remediar la imperfección que nos molesta e incomoda. El Yo, por su propia naturaleza, nunca puede llegar a estar completamente satisfecho, felíz ni tranquilo. Siempre se sentirá pequeño y aislado de todas las cosas, prisionero de las circunstancias que no puede controlar, endeble y vulnerable, y, lo peor de todo, se sabrá perecedero y finito.
 
Otro descubrimiento que hacemos a través de la práctica contemplativa es que la "realidad", el mundo de las formas que parece estar allá afuera de nosotros, es tambien una creación de nuestra mente. Percibimos el medioambiente, las cosas, a través de nuestros sentidos y entonces el cerebro fabrica o produce la imagen del objeto, de las formas. Kant tenía razón cuando decía que lo que podemos conocer no es "la cosa en sí misma", si no la representacion de ella que ha fabricado nuestro cerebro, "la cosa para mi". Nosotros conocemos y nos relacionamos con la imágen, con la representación del mundo que fabrica nuestro cerebro y no con el mundo tal y cual pueda ser. Esa "realidad" que percibimos nunca puede ser la verdadera realidad porque el pensamiento, la actividad mental, es siempre representativa. Sólo cuando cesa toda actividad del pensamiento es que se manifiesta, se hace presente, una realidad verdadera, que no es representativa si no que existe por sí misma. Esa es nuestra verdadera naturaleza y no el Yo con el cual estamos identificados.
 
Resulta bastante difícil de concebir que el mundo de las formas, las "diez mil cosas", como dirian los chinos, sea  tan sólo una imágen. La verdad es que esto se puede comprobar únicamente  a través de la práctica contemplativa. No se puede captar esta verdad oyendo a nadie ni leyendo nada que otros hayan podido escribir. Hay que vivirlo, hay que tener la experiencia, aunque sea muy difícil de tener. De hecho, resulta más fácil percatarnos de cómo nuestra mente fabrica el pasado y el futuro que percatarnos de que la mente fabrica el mundo que percibimos "allá afuera". 
 
Sí..., el pasado y el futuro tambien son creaciones de nuestra actividad mental, y el presente, en términos de tiempo, existe sólo en contraposición al pasado y al futuro.
 
El pasado es una recreación de lo vivido. La "realidad" que hemos percibido, las experiencias que hemos tenido, aunque son pasajeras, marcan nuestra conciencia y se quedan almacenadas en nuestro cerebro que luego de forma espontánea, y a veces por un esfuerzo de nuestra voluntad, las recrea y reproduce. 
 
El futuro no es más que otro producto de nuestra actividad mental. Nos imaginamos como habrán de ser las cosas y qué habrá de ocurrir en un tiempo por venir. El presente, que es el Yo, existe tan sólo en contraposición al pasado y al futuro, de modo que si esos dos se han disuelto, también desaparece el presente y surge el silencio, la ausencia de formas, de espacio y de tiempo. Esa es la verdadera realidad, la realidad que es auténtica y no tan sólo una representación. 
 
Cuando surge el silencio no hay tiempo, porque en ese momento no hay divisiones en nuestra vivencia. Es lo que podriamos llamar la ausencia de tiempo o el tiempo perfecto. Decimos que no hay espacio porque en ese momento de silencio, de ausencia de actividad mental, no hay formas, que son las que configuran, y por tanto delimitan, lo que viene a ser el espacio.Cuando no hay formas no hay límites y por tanto no se puede decir que haya un espacio, a menos que no sea un espacio infinito.  
 
En ese momento de silencio en que no está el Yo, ni hay formas, ni tiempo, ni espacio, se manifiesta nuestro verdadero ser. Este momento de silencio no es un estado de inconciencia si no un estado de conciencia diferente al ordinario. En este estado no hay división entre nosotros y las cosas porque no hay un yo que discrimine, examine, evalúe y se separe de lo que está ocurriendo. Es un momento de total paz y tranquilidad. Sin embargo el silencio no es permanente si no que inevitablemente termina y surge otra vez la actividad mental, es decir, surgen otra vez las imágenes, las formas, el pensamiento y el diálogo interior.  Cuando el silencio se rompe renace y resurge el Yo, que se manifiesta ahora como un Yo más maduro porque ha tenido la experiencia del no ser, del silencio, de la verdadera realidad. Mientras más podamos repetir estas entradas y salidas del silencio, con más claridad veremos lo que en realidad es el Yo y más seguros estaremos de ser algo más que esa ficción. Este proceso de maduración es lo que nos hace crecer como personas y nos permite poder ser más ecuánimes y más compasivos con los demás. Desafortunadamente la gran mayoría de la gente está tan apegada al Yo egoista que actuan para alimentar y satisfacer ese Yo pequeño sin estar completamente concientes de lo que están haciendo. No se dan cuenta de que el apego al Yo es una vuelta a la noria que no conduce a nada. El egoista no se mira y, por ser ignorante de la naturaleza ilusoria del Yo, se entretiene y se aferra. Por el contrario el sabio se observa y suelta.
 
Lo anterior no es una recriminación. Los conceptos de culpa y de pecado no existen en el Budismo. No hay un ser supremo a quien se pueda ofender. El proceso descrito en el párrafo anterior no ocurre por la falta de nadie, si no que es producto de causas y condiciones que se han dado en el proceso evolutivo del ser humano. Pero podemos salirnos de ese círculo vicioso y liberarnos del apego y la identificación con el Yo a través de la práctica contemplativa si tenemos el interés y el tesón necesarios para persistir en ella.
Mientras más uno penetra en la práctica y más descubrimientos hace, más tiene que admirar y respetar a las personas que nos precedieron en este camino, que hicieron estos descubrimientos y que dedicaron sus vidas a tratar de esparcir la verdadera enseñanza con todo desprendimiento y compasión. La primera gran dificultad que se confronta en esa tarea es la de la comunicación. Cómo hacer llegar a los demás un mensaje que está más allá de la lógica, del pensamiento y del lenguaje, que es una experiencia que cada quien tiene que vivir? Cómo hacer ver a personas que están continuamente ocupadas en afirmar y engrandecer el Yo que esa no es la manera correcta de vivir, si no que es todo lo contrario, que el mensaje y la práctica Budista consiste en disolver y hacer desaparecer el Yo, aunque sea momentáneamente? Tiene que ser muy frustrante y doloroso repetir ese mensaje una y otra vez y luego ver a los estudiantes persistir en sus egoismos y pequeñeces, en sus peleas chiquitas, tratando de conquistar  todo lo que está a su alrededor, cosas y personas, y tratando de hacer prevalecer su Yo a base de patrones de conducta repetitivas que parecen incapaces de sobrepasar.