El “ego”, como hemos reiterado,
es una entidad mental basada en el transcurrir del tiempo y la concatenación de
nuestras experiencias debido a las cuales va adquiriendo una identidad propia
hasta el punto que “se adueña” de nuestra persona y reclama sus derechos.
Este artefacto ficticio que no
es más que una combinación de memorias, emociones, ideas acomplejadas, la falta
de autoestima, una cantidad infinita de deseos, apegos, etc., se convierte en
el centro de nuestras neurosis y personalidad disfuncional incapaz de resolver
el proceso de dudas e interrogantes que nos abruma como seres humanos.
Este ego es un gigante con pies de barro, no tiene estabilidad, se cae,
tropieza, sufre de mucho temor de no poder mantenerse como algo estable y fijo.
Se ve en la necesidad de esconderse y recurrir a una “historia” que va
hilvanando como si fuera una realidad.
El lenguaje, como reconocen
Heidegger y Lacán, y muchos otros, es la cola que mantiene este andamiaje armado,
y le da una realidad basada en la repetición de un mantra de ideas, frases gramaticales y ecos lexicales.
Comenzando por la estructura
gramatical que inicia con la enunciación de un YO, actuante, con la pintoresca
inferencia de que ese YO es siempre igual, permanente y sólido.
Cada vez que una persona repite
“Yo quiero”…y establece una relación mental con un mundo donde la existencia del
ego es reafirmada.
Cada vez que se repite una
sentencia (“Yo soy honesto”) se ha reforzado el ego y se reitera y confirma su
capacidad de accionar y tomar decisiones.
En dicho mundo ese ego domina
las vidas de las personas y determina sus acciones basadas en sus intereses que
se basan fundamentalmente en su proyección de permanencia y solidez. Se
construye un mundo “ego céntrico” sin ninguna capacidad de variación porque “yo
soy así”.
Al ego hay que nutrirlo de
energía, si no se cae, el resto de nuestra personalidad se pone a sus órdenes para suministrar dicha energía, como el caso
de un motor a vapor, palada tras palada de carbón para que siga funcionando.
Las redes sociales, básicamente
Facebook, en esta época dan la más perfecta y eficaz forma de proveer dicha
energía a nuestro ego. Se trata de una serie infinita de sentencias de
afirmaciones todas dedicadas a echar incienso sobre ese “yo” reafirmando que
“tiene razón”, eso es así. Nada más que energía (carbón) para ese ego que
necesita sentirse sólido y permanente.
¡Qué diferente a no tener
ningún “yo” permanente, sino una mente sólo determinada por las situaciones y
circunstancias y nuestro deber de accionar
compasivamente en cada momento del presente permanente en que estamos
condenados a vivir! Sin dejar rastros…
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